lunes, 21 de mayo de 2012

El Diario secreto de Claudio Ferrufino


UNA elogiosa crítica de la cruda, descarnada, pero atrapante y sugestiva obra ganadora del Premio Nacional de Novela.

    “Si te fijas en la selva tienes a especies que matan a otras. La nuestra está matando a las demás, incluida la selva, pero la llamamos “industria”, no asesinato”.
    Mickey Knok (Tarantino)

    En la película 
    Asesinos por naturaleza, dirigida por Oliver Stone, con historia de Quentin Tarantino, el periodista de crónica roja Wayne Gale (Robert Downey Jr.), director del programa Maniáticos Americanos, pregunta a Mickey Knok (Woody Harrelson): ¿tiene algún remordimiento de haber matado tanta gente?

    El asesino nato le responde: “todos tenemos un demonio interior, el demonio vive dentro. Se alimenta de tu odio. Corta, mata, viola' usa tus debilidades, tus miedos, pienso que todos tienen algo en su pasado, algún pecado, alguna cosa horrible, secreta. Mucha de la gente que ves caminando, ya está muerta. Sólo necesitan que alguien termine con su miseria. Ahí es donde entro yo”.

    De la misma forma el personaje desquiciado de 
    Diario secreto (Premio Nacional de Novela 2011), de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, deja entreverar su mundo, mezcla de migrante y sicótico subdesarrollado, que recicla en varias voces su naturaleza oscura y perturbada; un mundo narrado en lenguaje tortuoso entrecortado, frío.

    Desde muy pequeño, el protagonista va reforzando esa inclinación abyecta, soterrada, inconforme con la vida “normal” de los hombres de “bien”; convencionalidades que el mundo y los valores que la sociedad ha impuesto como requisito al paraíso eterno y puro.

    Macabro como un fantasma sin nombre, sin identidad, este espectro se resiste a no ser otra cosa que lo que su hábitat le ha deparado; un depredador misógino y racista que lleva una vida de crueldad.

    Afina con la descripción que hacen los psiquiatras de los psicópatas. Ferrufino nos introduce en la vida de un frenético que se satisface con el dolor, se solaza con sus víctimas en las que proyecta sus más grandes perversiones y degeneraciones, que incluye el disfrute de los olores repugnantes que emanan de los cuerpos de sus víctimas. “El olor del sexo se eleva por encima de las frituras en alguna cocina del conventillo”.

    Se deleita desde muy temprana edad con el vértigo de la crueldad y el racismo, mezcla de placer y poder. “En el clan se incluyó al hijo de la sirvienta que, por razones jerárquicas, ocupó el puesto de su vida real: al fondo”.


    Destripador “exquisito” de ratones, tritura sus cráneos con un combo de herrero dentro de una bolsa nailon para evitar mancharse de sangre la ropa, sintiéndose eminente frente a los más desvalidos, “la pobreza es cabrona y sin gusto”.

    Su madre le socapa todo, al igual que en la historia del “zambo salvito”, aunque las mordidas no le propina a su progenitora, sino a sus amantes. Ella lo declara inmortal, le marca el hombro izquierdo con un punto, como en las epopeyas de Sigfrido, cuando el príncipe se baña en la sangre del dragón y una hoja marca la vulnerabilidad en los Nibelungos; de esta forma, el maniático asume una condición inmortal que sólo los desquiciados creen poseer.

    La madre se niega a creer las perversiones y el desequilibrio de su vástago cuando dice: “se refugió en mí, que garanticé, además, su inocencia, su falta de culpabilidad” (') “Me horrorizaba, pero igual lo tomaba en mis brazos y lo arrullaba”.

    El personaje de la madre se convierte en el único ser que venera y respeta el enajenado, ya que ella, al igual que él, vive un mundo soterrado, sin llegar a percibir racionalmente un mutuo y presente desequilibrio madre- hijo.

    Sin embargo, dentro la esquizofrenia del personaje, Ferrufino alterna la prosa directa y corta, con elucubraciones delirantes, convirtiendo el relato, a momentos, en una sinfonía del terror, de terror poético.

    “Pensé que si le metía el pulgar derecho, de uña larga, en el cuello, la podría matar. Con tanta fuerza, que al romper la piel y la carne, un chorro de sangre bañaría las paredes. Escarbar, escarbar con los dedos el cuerpo ya inerte. Estirar por el hueco lo que se podía sacar de adentro, músculos, venas, rastrojos de piel y más. Decorar aquel cuarto de amor toda la noche y escabullirme al amanecer”.

    En sus 42 capítulos cortos, como reseñas de un itinerario de vida bestial, 
    Diario secreto entrelaza historias, complementa relatos y entrega pistas que permiten acercarnos al delirante universo mental de su personaje.

    Alternado con voces de sus más allegados familiares y amigos (de su subconsciente quizá), el autor resume el “diario secreto” de su protagonista, el diario íntimo, macabro de un “no-ser” que trata de comprobar y demostrarse a sí mismo, desde su obnubilada inteligencia y soberbia ególatra de saberse científico, empírico de facto.

    Percibe a sus “conejillos de indias” simples mortales dando cuenta del misterio de la vida y de la muerte. “En mis estudios sobre biología aprendí mucho sobre la vida en el planeta. La cercanía de la muerte es donde aflora en su esplendor. Deduje, entonces, que la única forma de hallar conocimiento del proceso de vivir radicaba en la contemplación del perecer”.

    Ávido lector y refinado en sus gustos por la literatura, loco intelectual que admira a Paul Valéry, ensañándose con el poeta chileno el “pajero Neruda”, según sus propias palabras, o con Paolo (con o) Coelho y su 
    Guerreiro da Luz, y de paso homenajea, quizá, al desaparecido escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, cuando recrea en su mente Las sin cuenta mil perversiones de don Guido, mientas se faja a una de sus víctimas.

    Pero más allá de reflejar “el otro yo” de la humanidad, Ferrufino nos interpela con una buena lectura, dura, fea por la temática pero contagiosa y llevadera por la forma en que nos atrapa.
    Diario secreto es una excelente novela que trastoca las temáticas tradicionales de la literatura boliviana.

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 20/05/2012

martes, 1 de mayo de 2012

Dos amigos
MARIO VARGAS LLOSA



La célebre Casa Amarilla, de Arles, que Vincent van Gogh alquiló, amuebló, pintó y llenó de cuadros suyos para recibir a su amigo Paul Gauguin en el otoño de 1888, ya no existe. Desapareció en un bombardeo aliado el 25 de junio de 1945 y ahora funciona allí donde estuvo un hotelito modesto llamado Terminus-Van Gogh. La patrona, una viejecita alerta de 84 años, muestra al cliente curioso una fotografía con el estado ruinoso en que quedó el local luego del impacto de la bomba, episodio del que ella fue testigo y casi víctima. El contorno, en cambio, no ha cambiado mucho, y, por ejemplo, se reconoce de inmediato la casa contigua que aparece en el lienzo que el holandés le dedicó.
La Plaza Lamartine sigue allí, enorme y circular, con sus macizos plátanos cargados de verdura, al pie de la Puerta de la Caballería, una de las que franqueaban la muralla de la vieja ciudad y que se conserva intacta, como en los tiempos de Van Gogh y Gauguin. Tampoco debe de haber cambiado mucho el espectáculo del Ródano, que, a pocos metros de esta terraza, circula, despacio y majestuoso, abrazando el flanco de la villa romana. Lo que ha desaparecido es el cuartelillo de la Gendarmería -reemplazado por un almacén de Monoprix- y el burdel de madame Virginie, llamado entonces la Casa de la Tolerancia Número Uno, donde, en esos dos meses que vivieron juntos, los amigos iban dos o tres veces por semana, Van Gogh siempre a acostarse con una chica llamada Rachel, y la sórdida y pecaminosa callecita donde estaba, derribada por la picota para abrir una avenida. Éste era, entonces, un barrio pobrísimo de extramuros, lleno de mendigos, rameras y cafetines de desechos humanos, pero, en el siglo y pico transcurrido, ha subido de nivel y lo habita ahora una discreta y anodina clase media.
Los dos meses que Van Gogh y Gauguin pasaron aquí, entre octubre y diciembre de 1888, son los más misteriosos de sus biografías. Los detalles de lo que realmente ocurrió en esas ocho semanas entre los dos amigos han escapado al rastreo empecinado de centenares de investigadores y críticos, que, a partir de los pocos datos objetivos, tratan de despejar la incógnita con conjeturas y fantaseos a veces delirantes. Las cartas de ambos son evasivas sobre esa convivencia, y cuando Gauguin se refirió a ella, al final de su vida, en Avant et Après, habían pasado tres lustros, la sífilis le había estropeado la memoria y su testimonio era dudoso pues con él estaba tratando, a todas luces, de salir al paso a los rumores, ya muy extendidos en Francia, que lo hacían responsable del naufragio final en la locura de Van Gogh. Lo cierto es que en esta casa ahora fantasma ambos soñaron, pintaron, discutieron, pelearon y que el holandés estuvo a punto de matar al francés cuya venida a Arles esperó con ansiedad e ilusiones de amante.




No hay indicios de una relación homosexual entre ambos, pero sí pasional, y a la más alta potencia. Van Gogh conoció a Gauguin unos meses antes, en París, y quedó fascinado con la personalidad arrolladora de este artista aventurero que acababa de regresar de Panamá y la Martinica con unos cuadros llenos de luz y de vida primitiva, como la que él reclamaba para contrarrestar 'la decadencia de Occidente'. Entonces, pidió a su hermano Theo que lo ayudara a convencer a Gauguin de que se viniera a vivir con él a Provenza. Allí, en esa casa amarilla fundarían una comunidad de artistas, de la que ambos serían los pioneros. Gauguin la dirigiría y nuevos pintores vendrían a integrar esa cofradía o comuna fraternal, donde todo sería compartido, se viviría por y para la belleza, y no existirían la propiedad privada ni el dinero. Esta utopía caldeó la mente de Van Gogh. Gauguin, al principio, se resistió a ella, y vino a Arles a regañadientes, forzado por los incentivos 
económicos de Theo, pues la verdad es que estaba muy contento en Pont Aven, en Bretaña. Y prueba de ello es que, en varios de los dieciséis cuadros que pintó en Arles, sus arlesianas aparecen vestidas con zuecos y cofias bretonas. Sin embargo, luego de ocurrida la tragedia de la Nochebuena de 1888, sería Gauguin, no Van Gogh, quien dedicaría el resto de su vida a tratar de materializar aquel sueño utópico del holandés, y quien partiría hacia la Polinesia, aquella tierra que había deslumbrado a Van Gogh por la versión que daba de ella una novelita de Pierre Loti (Le mariage de Loti), y que aquél le hizo leer durante su estancia en Arles.
¿Fue la excesiva obsequiosidad y los esfuerzos abrumadores de Van Gogh para que se sintiera cómodo y contento en Arles lo que predispuso a Gauguin en contra de su compañero? Es posible que esa efusividad un tanto histérica del holandés llegara a exasperarlo y a hacerlo sentir cautivo. Pero, también, le molestaba su desorden, y que sacara más dinero de la bolsa común del convenido con el pretexto de las 'actividades higiénicas' (así bautizó las visitas a Rachel). Habían distribuido las tareas; Gauguin cocinaba y Van Gogh hacía la compra, pero el aseo, repartido, dejaba siempre mucho que desear. Una disputa cierta tuvo como razón al puntillista Seurat; Van Gogh, que lo admiraba, quiso incorporarlo al Estudio del Sur, apelativo de la idealizada comunidad, y Gauguin se negó, pues detestaba a ese artista.
Las diferencias estéticas eran más teóricas que prácticas. Van Gogh se proclamaba realista a ultranza y se empeñaba en montar su caballete al aire libre, para pintar modelos del natural. Gauguin sostenía que la verdadera materia prima de un creador no era la realidad sino la memoria, y que había que buscar la inspiración no explorando el contorno sino consultando la vida interior. Este diferendo, que provocó al parecer tremendas discusiones entre ambos amigos, se ha resuelto con el tiempo: ninguno de ellos ilustró sus teorías con sus pinturas, que ahora nos parecen, pese a ser tan distintas la una de la otra, igualmente impregnadas de inventiva y de sueño y, a la vez, profundamente ancladas en lo real. Las primeras semanas de coexistencia en Arles, el buen tiempo les permitió poner en práctica las tesis de Van Gogh. Ambos se instalaron al aire libre, para pintar los mismos temas: el paisaje de los Alyschamps, la gran necrópolis romana y paleocristiana, y los jardines del Hotel Dieu, el hospital público. Pero, luego, se desencadenaron unas lluvias diluviales y debieron permanecer muchas semanas encerrados en la Casa Amarilla, alimentando sus pinceles, sobre todo, con la imaginación y los recuerdos. Ese encierro forzado debido a la inclemencia de la Naturaleza -fue el otoño más ventoso y mojado en medio siglo-, debió crear un clima de claustrofobia y crispación, que se tradujo a menudo en violentas discusiones. En esos días esbozó Gauguin ese retrato de su amigo pintando girasoles que dejó al holandés anonadado: 'Sí, ése soy yo. Pero ya loco'.
¿Lo estaba? No hay duda de que, en el universo de imprecisos contornos que abarca la locura, hay un lugar imposible de situar con precisión que corresponde al Van Gogh de ese otoño, aunque los diagnósticos de 'epilepsia' de los médicos que lo trataron, primero en Arles, y luego en Saint Rémy, nos dejen bastante escépticos y perplejos sobre la verdadera naturaleza de su enfermedad. Pero es un hecho que la convivencia con Gauguin, en la que había invertido tantas ilusiones, al frustrarse, lo precipitó en una crisis de la que ya no saldría más. Es un hecho que la idea de que su amigo partiera antes de lo que le había prometido (un año) fue para él irresistible. Hizo lo posible y lo imposible por retenerlo en Arles, y este empeño, en vez de hacer cambiar de planes a Gauguin, lo incitó a partir cuanto antes. Éste es el contexto del episodio de la víspera de la Nochebuena de 1888, sobre el que sólo tenemos el improbable testimonio de Gauguin. Una discusión en el Café de la Estación, mientras tomaban un ajenjo, termina de manera abrupta: el holandés arroja su copa contra su amigo, que la esquiva apenas. Al día siguiente le comunica su intención de trasladarse a un hotel, pues, le dice, si el episodio se repite, él podría reaccionar con igual violencia y apretarle el pescuezo. Al anochecer, cuando está cruzando el parque Victor Hugo, Gauguin siente pisadas a su espalda. Se vuelve y divisa a Van Gogh, con una navaja de afeitar en la mano, que, al sentirse descubierto, huye. Gauguin va a pasar la noche en un hotelito vecino. A las siete de la madrugada retorna a la Casa Amarilla y la descubre rodeada de vecinos y policías. La víspera, luego del incidente del parque, Van Gogh se cortó parte de la oreja izquierda y se la llevó, envuelta en un periódico, a Rachel, donde madame Virginie. Luego, regresó a su cuarto y se echó a dormir, en medio de un mar de sangre. Gauguin y los gendarmes lo trasladan al Hotel Dieu y aquél parte a París, esa misma noche.


Aunque nunca se volvieron a ver, en los meses siguientes, mientras Van Gogh permanecía todo un año en el sanatorio de Saint Rémy, los amigos de Arles intercambiaron algunas cartas, en las que el episodio de la mutilación de la oreja y sus experiencias de Arles brillan por su ausencia. Cuando el suicidio de Van Gogh, un año y medio más tarde, de una bala de revólver en el estómago, en Auvers-sur-Oise, Gauguin hará un comentario brevísimo y ríspido, como si se tratara de alguien muy ajeno a él ('Fue una suerte para él, el término de sus sufrimientos'). Y luego, en los años siguientes, evitará hablar del holandés, como asediado por una permanente incomodidad. Sin embargo, es obvio que no lo olvidó, que esa ausencia estuvo muy presente en los quince años de vida que le quedaban, y acaso de una manera que ni siquiera fue siempre consciente. ¿Por qué se empeñó, si no, en sembrar girasoles, delante de su cabaña de Punaauia, en Tahití, cuando todo el mundo le aseguró que esa flor exótica jamás había podido aclimatarse en la Polinesia? Pero el 'salvaje peruano', como le gustaba llamarse, era terco, y pidió semillas a su amigo Daniel de Monfreid, y trabajó la tierra con tal perseverancia que al final sus vecinos indígenas y los misioneros de aquel perdido lugar, Punaauia, pudieron deleitarse con aquellas extrañas flores amarillas que seguían los pasos del sol.
Todo eso ocurrió hace más de un siglo, distancia suficiente para que la historia se enriquezca con las fabulaciones y las mentiras a las que somos propensos todos los humanos, no sólo los novelistas. La amable octogenaria que regenta el hotelito Terminus-Van Gogh, de la plaza Lamartine, con la que he llegado a hacer excelentes migas en la media hora que llevo sentado en esta terraza soleada, me cuenta, por ejemplo, unas deliciosas inexactitudes sobre la Casa Amarilla que finjo creerle al pie de la letra. Súbitamente, en homenaje a aquellos dos amigos que ennoblecieron este pedacito de tierra, decido tomarme un ajenjo. Jamás he probado esa bebida de tan ilustre prosapia romántica, simbolista y modernista, en la que se ahogaron Verlaine, Baudelaire, Rubén Darío, y que Van Gogh y Gauguin bebían como si fuera agua. Me había imaginado un alcohol exótico, aristocrático, color verde diarrea, de efecto enloquecedor, pero lo que me traen es un plebeyo Pastis. El horrible brebaje sabe a menta y azúcar pasados por manos farmacéuticas y como, pese a todo, me lo empujo en las entrañas, me provoca una arcada. Una prueba más de que la pedestre realidad jamás estará a la altura de nuestros sueños y fantasías.
 © Mario Vargas Llosa, 2001. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2001.

martes, 24 de abril de 2012

Mc. Donalds en Bolivia: Hamburguesas, Cultura mundo, Restaurants de Comida Rápida ¿Porque Mc. Donalds fracasó en Bolivia?

El triunfo de lo local frente a lo global 
Good by Mc.Donald’s




 *Sandro D. Velarde Vargas

Uno de los símbolos más representativos de los norteamericanos y que ha influido profundamente en gran parte del planeta son los restaurantes de comida rápida Mc. Donald’s. Su expansión por todo el globo ha convertido a los ciudadanos en ciudadanos del mundo, en habitantes Mc. Donald’s, en cultores de la modernidad y del modo de vida americano. Sin embargo el retiro de las franquicias y locales de nuestro país ha significado una derrota de la transnacional en la guerra culinaria cultural y simbólica. Cinco años duraron los imponentes anillos dorados en tierras andinas.


La estrategia

La estrategia de Mc.Donald’s giró en torno a la construcción de sus propios ambientes, restaurantes diseñados exclusivamente para la venta de hamburguesas, el auto servicio la limpieza y el entretenimiento. La eficacia en el servicio sorprendió a muchos, la comida se nos presentó como fresca y nutritiva y los empleados joviales y amistosos, adiestrados en la Universidad de la Hamburguesa. Incluso los niños salían contentos con algún premio en el bolsillo. La modernidad había llegado y todos debíamos comer hamburguesas y soñar con el primer mundo. Incluso los genios del gobierno y los maestros de la planificación laboral del Ministerio de Trabajo decretaron el horario continuo para contribuir al consumo de la comida rápida ¿más eficacia en el trabajo o más eficacia en el consumo? esa es la pregunta.










Las Jaulas de hierro y la deshumanización

El sociólogo alemán Max Weber en su análisis sobre la burocracia examinó las formas de la racionalización de la sociedad, consistente en la adecuación de personas maquinas y medios para la realización de una labor o fin esperado. Para conseguir esto, se debía someter a los ciudadanos a normas estructuras y regulaciones sociales preestablecidas y determinadas, cosa que el individuo no pueda salirse de los márgenes establecidos.

Un ejemplo clásico es la cinta transportadora en la fabricación en serie de automóviles donde el empleado sólo debe realizar una labor, apretar un tornillo por ejemplo y esperar el siguiente. Charles Chaplin lo graficó brillantemente en “Tiempos Modernos”. De esta forma, los ciudadanos están obligados a cumplir ciertas normas para efectuar un determinado rol en la sociedad. Es lo que sucede en la actualidad en la mayoría de las instituciones de la modernidad y de los restaurantes Mc. Donald’s. Obedecer el pie de la letra las instrucciones que exigen determinados roles. Weber describió a la organización burocrática como un instrumento deshumanizador y la llamó la “jaula de hierro” donde quedamos atrapados por la racionalización estructurada y de la que es difícil escapar. Es la marca de la bestia y frente al lápiz electrónico somos un número más en el mundo global.

La globalización de la racionalización

En la ubicua globalización económica y su hermana siamés, la mundializacion de la cultura, las jaulas de hierro se nos presenta en variadas y diversas formas. Podemos asistir al estreno de la película de Harry Poter simultáneamente en La Paz, Paris, Tokio o Nueva York, si queremos tener acceso a una computadora nuestro Disquete funciona en cualquier parte del mundo, si deseamos ver un film en casa alquilamos un DVD y funciona sin problemas en el país y lugar donde nos encontramos. Si necesitamos dinero nos dirigimos a un cajero automático y solo seguimos las instrucciones del ordenador para realizar la operación. Pareciera la panacea pero es la libertad del consumo y de la racionalización, es decir el control.

De la misma forma las hamburguesas Mc. Donald’s ofrecen sus mismos productos, el mismo sabor y similares precios en todo el mundo ¿que significa esto? Que en las sociedades de fin de siglo poco a poco se va configurando una nueva forma de habitar y vivir el tiempo, ya no tanto el espacio. Es una nueva forma de racionalidad disfrazada de libertad. Los sistemas de control social son demasiado inteligentes y funcionan sin la intervención del hombre, es la sustitución del hombre por la tecnología. El ejemplo de los restaurantes Mc. Donald’s resulta ilustrador.



Su arquitectura es igual en todas las capitales del mundo esta diseñada para que los consumidores acudan, coman incómodos y abandonen el restaurante Las actitudes emocionales y la personalidad están limitadas solo se debe seguir las instrucciones.

Cuando uno se acerca a estos restaurantes de comida rápida (aunque en nuestro país no fue tan rápida la comida, ya que al principio se hicieron largas colas esperando cerca de cuatro horas para ser atendido) luego elegir el menú de acuerdo a lo establecido: Big Mac, McPollo, McNifica, Cuarto de Libra, Filete de pescado o McNuggets, pedir por el número que las identifica y agregar un refresco, generalmente Coca Cola, Fanta o Sprite bebidas multinacionales. Esta asociación no es gratuita, ya que ambas empresas Coca Cola y Mc. Donald’s se promocionan mutuamente con el fin de incrementar sus ventas.


Estos espacios, los restaurantes de comida rápida, fueron diseñados para la automatización de las personas, al igual que en la cinta transportadora de las fábricas los clientes deben cumplir estrictamente todo el rito, hay de alguien que quiera un refresco distinto o una cocción especial. Luego de colocarse en la fila se debe ordenar y pagar rápidamente, recibir su alimento comer lo más rápido posible botar los desechos en los sitios establecidos, como empleado del restaurante pero sin sueldo, luego abandonar el lugar.
Resulta imposible entablar una conversación con algún empleado del local, estos restaurantes se han convertido en los no-lugares espacios del anonimato. Es mínimo el relacionamiento entre seres humanos como sucede en los restaurantes tradicionales. Llegar a mantener una amistad con algún empleado es casi imposible, incluso uno no recuerda quien realmente lo atendió. Los AUTO-MAC o los drive-throug son verdaderos recintos de la imposibilidad de relación, encuentro y tertulia con amigos y otros clientes. Recibes tu comida y te largas parecen decir con una sonrisa en los labios los empleados que atienden los pedidos a tiempo de despedirse.

Esta robotización de la sociedad y de los seres humanos es la fiel muestra de la deshumanización por la racionalización, es decir, la modernidad a costa del consumo.
En el caso de los restaurantes de comida rápida, estos, no adquieren nada del lugar todo es traído de afuera incluyendo el mobiliario, la carne, las papas, las salsas, etc. y si deben hacerlo, es decir incorporar algo de la región, obedece a presiones estrictamente culturales. Tal el caso del ají o la llajua que en nuestro país es ingrediente indispensable en las comidas o quizá también en el orden arquitectónico respetando las construcciones consideradas coloniales, hasta ahí y nada más.

Los restaurantes centros de robotización


Los restaurantes de comida rápida ofrecen a sus empleados unos lugares deshumanizados donde trabajar. (Relación con las máquinas, apretar botones preparar los pedidos ningún dialogo entre ellos, es más, algunos prefieren no hacer declaraciones a la prensa cuando se les trata de consultar, están prohibidos al igual que los regimientos militares y policiales) Además los fast- food se caracterizan por publicar la foto del los empleados más eficientes, esto con el único fin de incrementar su producción y dedicación al trabajo, en otras palabras se utiliza la presión a través del reconocimiento. En Bolivia estos trabajos fueron absorbidos por jóvenes universitarios de buena posición social, para los jóvenes migrantes o aymaras ser empleado de Mc.Donald’s estaba vetado. En su gran mayoría estos trabajos fueron eventuales y con baja remuneración.


La comida basura y los vástagos clones

A las hamburguesas Mc. Donald’s hay quienes la han llamado elegantemente la “comida chatarra” fundamentalmente porque este tipo de alimentos debe ser ingerido rápidamente de lo contrario horas y minutos más tarde debe ir a parar al tacho de basura. Además el contenido de grasas, colesterol de los alimentos que sirven en los restaurantes de comida rápida son una amenaza contra la salud, últimamente han generado demandas de jóvenes obesos que acusan de ser, los fast-food responsables de su gordura.
A partir de la llegada de los restaurantes multinacionales varias empresas nacionales o clones vástagos se alinearon a la práctica y modo de atender al cliente, adoptaron casi la misma indumentaria en sus empleados, ampliaron sus instalaciones y diversificaron sus productos dentro del “más de lo mismo”. Como en el spot de Mc.Donald’s en las ofertas de sus Mc. Menús. El muchacho entra al restaurante y no sabe que elegir, preguntándose lo que había comido ayer o anteayer. Al no poder decidir opta por taparse los ojos y elegir. Esta acción demuestra claramente que al final tapándose los ojos o no la elección y el alimento resultan siendo el mismo.
En el caso de los desechos los restaurantes de comida rápida generan montañas de desperdicios que en gran medida son destructivos al medio ambiente debido fundamentalmente al uso de envases, cartones papeles plásticos difíciles de reciclar

La cajita feliz la prebenda la diversión y el entretenimiento

Dentro las habilidades de acercamiento al público consumidor una de las características de Mc. Donald’s llevadas a cabo en todo el mundo fue la ofensiva estrategia de vender hamburguesas para niños con un muñequitos de Walt Disney . Claro está el objetivo seducir a los niños por medio de prebendas para que estos lleven a sus padres a consumir los productos. Además estratégicamente se pretende educar el paladar de los niños, convirtiéndose en potencial público consumidor del futuro, lo sucedido con los jóvenes es un buen ejemplo se fueron creando hábitos de consumo de comida basura, de ahí que los vemos transitar estos establecimientos.

La diversión es el ingrediente en la mayoría de estos restaurantes un conjunto de personajes encabezados por el soso payaso Ronald Mc.Donald’s se encuentran por todo lado, constantemente nos recuerdan lo divertido que es pasarla en estos recintos incluso varios niños festejaron sus cumpleaños en los restaurantes. “Si nos situamos en una perspectiva ligeramente diferente podemos pensar que Mc.Donald’s nos ofrece una espacie de ‘teatro’ En lugar de entregarnos el menú de manera individualizada, Mc. Donald’s nos presenta un cartel en el cual (lo mismo que en los cines) nos ofrecen varias alternativas. Tanto de esta manera como siguiendo otros métodos, la acción de comer ha dejado de ser una experiencia privada para convertirse en un espectáculo público. Una vez que nos reciben esos carteles, nos piden que nos divirtamos en un establecimiento público como si se tratara de un teatro” Y casi lo es así. Los restaurantes trajeron consigo lugares de entretenimiento, toboganes y resbalines, piscinas de pelotas una Jaula de vidrio y plástico asemejando un parque de diversiones.

 La amenaza a nuestras tradiciones

Cada vez y con mayor fuerza la racionalización de la sociedad y de sus instituciones globales esta atentando contra nuestras costumbres y tradiciones, la jaula de hierro, no es una ficción sino una realidad. La salida de los restaurantes Mc.Donald y otras empresas multinacionales como la Sony Music, Domino’s entre otras obedecen a factores netamente económicos, no ganaron plata, y la crisis que viven los países latinoamericanos es generalizada. Pero un ingrediente que también se debe destacar. En un país como el nuestro arraigado fuertemente a sus tradiciones difícilmente se podrá vencer la resistencia cultural. Por eso insistimos que triunfó lo local frente a lo global.

Sandro D. Velarde Vargas es profesor en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz Bolivia.
Derechos Reservados
Sandro62@hotmail.com
svelarde@correo.umsa.bo

 



Entrevista de Eduardo Perez Iribarne a Sandro D. Velarde Vargas, sobre el inicio político de Alvaro García Linera


Zona Sur: Entrevista a Pascual Loayza protagonista de Zona Sur donde revela que el Director Juan Carlos Valdivia lo discriminó

“Zona Sur” de Juan Carlos Valdivia


“Zona Sur” de Juan Carlos Valdivia
El discreto encanto de la burguesía colla
Por Sandro D. Velarde Vargas

 
La formación discursiva de cada momento histórico impone determinados temas para ser abordados por artistas e intelectuales pintores, escultores, actores y cineastas. Esa es la gran capacidad que tiene el séptimo arte, que, mediante una historia, refleja como un barómetro la ubicación espacio temporal, la sensibilidad social, el clima de opinión y los acontecimientos contemporáneos que vive un pueblo.
De esto se ocupa Juan Carlos Valdivia en Zona Sur, que emulando a un cirujano, mediante el filo de su bisturí, realiza incisiones sobre las miserias de una clase “alta” paceña que se ve aislada, solitaria y al borde de la desesperación por los vientos de cambio que corren, tanto en el aspecto social, político y económico.




La película muestra de forma claustrofóbica el encierro de seis personajes totalmente dispares que deben convivir y desarrollar su vida cotidiana en un hermoso y tradicional caserón que refleja la nostalgia de las casas familiares, con techos de teja al estilo europeo que resalta Joaquín Sánchez, director de arte, con una pulcritud que se refleja en el uso del blanco en gran parte de las escenas convirtiendo al film en una verdadera sinfonía visual.


De la misma forma, Valdivia no escatima recursos para desnudar la familia “burguesa” que no tiene dinero para el almuerzo del día siguiente, pero sí tiene introyectada en su estructura mental de que sí están llenos de dólares y que son los “jailones” que viven en la zona Sur”, una especie de estructura simbólica de la apariencia y opulencia, que todo pequeño burgués aún está seguro de poseer y que quizá todavía no se ha dado cuenta de que es sólo una quimera.
En Zona Sur, la cámara se convierte en una protagonista más del drama, con movimientos circulares que representan el hundimiento de esa endeble familia, una especie de cámara en espiral que va hacia el abismo.


La psicología de los personajes es bastante compleja, desde Carola (Ninón del Castillo) madre-padre que reproduce en sus hijos todo ese falso círculo de apariencias, socapamientos y complicidades con Patricio (Juan Pablo Koria), su hijo adulado, que se las pasa en su cuarto, o más bien su motel privado, donde acompañado de su cámara de video y sus patitos amarillos de hule reproduce las escenas afiebradas de macho. Representa el lado erótico de Valdivia que también reflejó en la relación de Jonás y Julia en su ópera prima, Jonás y la ballena rosada, y Mario Álvarez y Blanca en la ducha del hotel California, en American Visa.
Wilson (Pascual Loayza), de gran actuación, resulta siendo el padre ausente, ya que se baña en la tina de Carola, usa sus cremas; resuelve los problemas económicos de la familia, convirtiéndose en tutor del pequeño Andrés (Nicolás Fernández) que resulta siendo el nexo “entre dos aguas” la de los indios y la de los de la “clase bien”. Es una especie de esperanza en su condición de niño inmaculado de prejuicios, que busca inconscientemente esa especie de encuentro, de interculturalidad de acercamiento con el otro.
Los diálogos entre la servidumbre de la casa en aymara y sin traducción es otra arremetida intencional de Valdivia, parece recordarnos lo clandestinos que somos en estos “lares”. Obligándonos a preguntarnos, ¿cuán iguales o cuán diferentes somos?, habitando los mismos espacios.



Zona Sur es un excelente film que consagra el talento y la madurez de su director, que va mostrando sus características cinematográficas, su personalidad, su etilo; es decir, su distinción por ejemplo: el uso del agua como un elemento recurrente en sus películas. Las lluvias intensas en Jonás y la ballena rosada que reflejan la soledad del personaje. Al igual que en la historia bíblica, Jonás se encuentra en el sótano de la gran casa que va inundándose cual panza de una ballena, devorado por sus propios fantasmas.